El brindis de Navidad del Dr. Juan Abarca Campal en esa reunión tradicional de amigos, pero fundamentalmente de personas que alguna vez hemos comprobado ese estilo propio de la asistencia sanitaria que se practica en sus Hospitales, en la que junto a la máxima vanguardia técnica se potencia el afecto y la ayuda con el respeto máximo a la autonomía de la voluntad del paciente, me inspiró estas líneas, cuando hizo público su intención de abrir un nuevo Hospital en Salamanca, su tierra, de la que será profeta, por voluntad de su constancia y su visión social de la Medicina.
Se ha dicho que la existencia misma del hombre se ha medicalizado en sus propios y fundamentales conceptos: nacimiento, muerte y vida. Con la voluntad de éste, primero Médico y después Empresario de la Salud, de procurarla con afecto, ayuda al enfermo y respeto a su libertad se recupera el concepto de Rudolf Virchow según el que la Medicina es una actividad social hasta la médula de los huesos.
La Autonomía de la voluntad de los pacientes implica ciertamente una nueva forma de entender la relación médico-paciente en la que el principio ya no es sólo que la salud del enfermo es la suprema ley, sino que se articula sobre su voluntad, que queda en libertad para tomar en cada caso la decisión que crea más conveniente, una vez informado de la naturaleza, de los objetivos, de las consecuencias, de los riesgos y también de sus resultados hechos públicos que comportan la aplicación de determinados tratamientos médicos.
El principio de autonomía, en la Bioética, exige el respeto a la capacidad y decisión de las personas, y el derecho a que se respete su voluntad en aquellas cuestiones que se refieren a ellas mismas.
En el ámbito del Derecho Sanitario, uno de los valores que, de forma sobresaliente, le otorgan a los seres humanos el estatuto de la dignidad lo representa, sin lugar a dudas, la autonomía del paciente, entendida, ésta, como la capacidad de autogobierno que le permite al paciente elegir razonadamente en base a una apreciación personal sobre las posibilidades futuras, evaluadas y sustentadas en un sistema propio de valores.
Pero sin olvidar nunca que el fin de la medicina es curar y, cuando no se puede, cuidar, y cuando los cuidados no van a llevar a la conservación o al restablecimiento de la salud del paciente, el fin de la medicina será proporcionarle el afecto y la ayuda que sean precisos, pues en eso consiste también su grandeza. Grandeza de la que han hecho bandera la familia Abarca Cidón.
Publicado en Redacción Médica el Martes 27 de Diciembre de 2005. Número 244. AÑO II
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